Monday, April 16, 2007


En la primavera del 84 estuve en Venecia y una de mis primeras visitas fue al "Hotel Des Bains", lugar donde se filmó "Muerte en Venecia", la gran película de Visconti. Fue precisamente esa película y la lectura de la novela homónima de Thomas Mann, las que me inculcaron la inefable idea de situar a la muerte precisamente allí, en Venecia. En aquellos veranos del siglo diecinueve los enfermizos vientos africanos entraban en Venecia provocando la muerte de los más desprotejidos. Antes del amanecer se retiraban los cadáveres que aparecían por las callejuelas, a fin de no quebrar el negocio de los grandes hoteles, temerosos de que se filtraran comentarios capaces de ahuyentar a sus clientes provenientes de la alta monarquía del Este europeo.

Una tarde, paseando cerca del Rialto llamó mi atención el anuncio de una importante muestra pictórica en el Palacio Comunal. Los afiches reproducían la obra "Il Dubbio". Un súbito e inesperado deseo de hacerme de uno de esos afiches, hizo que en pocos minutos y con la ayuda de un veneciano, me diera a la tarea de despegar uno, tratando en lo posible de no dañarlo, más allá del deterioro de la pegatina municipal y la implacable humedad. Lo hice no sin culpa y pudor creyendo por momentos que todos miraban mi confusa y en cierto modo vandálica tarea. Pero me dominaba la ansiedad y la fascinación provocada por poseer esa imagen. Por la noche, en el hotel, acuné la reproducción entre otros suaves y protectores contenidos de la maleta. Allí quedaría hasta que el avión retornara a Buenos Aires. Y aquí estuvo, casi 25 años en mi casa de San Telmo, hasta que, como si se tratara de una pieza arqueológica la exhumé en estos días de su oscuro arcón. Está expuesta otra vez a la luz de cualquier mirada en mi reducto de trabajo. Observé entonces que provoca curiosidad, algún comentario, cuando no la indiferencia de quienes se enfrentan a su potente imagen.

En esa imagen Venecia es otoñal, y sólo aparecen ocho personas. No interesan las demás, que la recorren de a miles. Es en ese pequeño conjunto donde está el o los elegidos, inconscientes de la fatalidad que los ronda, y es sobre ellos que se plantea la duda de la muerte.
Piedad?...arrepentimiento?... no, no existen en su lógica. Quizás mañana, quizás la semana próxima decida. No importa. Lo que nunca sabremos es el porqué de la duda. Nada menos que de su parte, siempre definitiva, final. El mismo que aguarda a la Venecia que se hunde, que también muere lentamente.

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