Thursday, December 22, 2005

4 MICROHISTORIAS 4

Ficción y realidad: "Trapo Man", "Don Angel", "Zapping uruguayo" y "El poeta y sus musas"

Trapo Man

En esa cuadra del barrio de San Telmo el estacionamiento es libre pero difícil de conseguir. Allí buscan su lugar diariamente unos 20 coches que Carlitos cuida y ayuda a maniobrar munido de una desilachada franela. Es su medio de vida. "Frío en invierno y en verano calor..." dice Serrat en una de sus canciones. Frío y calor que Carlitos soporta estoicamente usándolos como comentario de ocasión para entablar mínimos diálogos con sus clientes. Algunos son del barrio y otros desconocidos que llegan de cualquier parte. Carlitos recibe de ellos recompensas espontáneas, en otros casos dádivas con mal humor incluído y también distintas formas de agresión: "dejame de joder"..."la calle es de todos"..."andá a laburar". El no responde a las agresiones, es muy pacífico.

A ésta altura tiene una edad difícil de precisar. Es muy flaco y de piel curtida en un tono nada parecido al dorado que adquieren sus clientes en verano. Limpio y razonablemente atildado dentro de su sencillez, arrastra levemente su pierna izquierda y habla con balbuceos rápidos. A veces comenta sobre su juventud como maestro repostero en una importante confitería de la Avenida Santa Fé, que con los años y vaya a saber uno porqué (ese misterio que hay detrás de cada persona) derivó en éste oficio que ahora le permite juntar moneda tras moneda para solventar la compra de unas pocas calorías diarias y el pago perentorio de un oscuro hotel "para caballeros", donde pasa las noches.

País imprevisible, y ciudad más imprevisible aún, a Carlitos le trastocó de golpe su delicado equilibrio. Todo empezó un lunes en que algo así como un cónclave de demonios se puso de acuerdo para castigarlo y precipitarlo en una amarga pendiente de infortunios. Primero le plantaron dos grandes containers frente a los números 1021 y 1087, que le robaron espacio a cuatro o cinco autos mermando drásticamente sus imprescindibles ingresos, y al otro día apareció un camión que depositó sobre la calle un extraño cubículo de plástico gris de unos dos metros de altura, con puertita incluída. Era un baño químico. Pronto supo Carlitos de su utilidad: recoger las heces de la cuadrilla municipal que en cuestión de horas levantaría todos los adoquines de la cuadra, para iniciar una lenta y más prolija reposición de los mismos adoquines. "Es cuestión de una semana y pico", le dijeron, sin precisarle la extensión del pico, sujeto a las frecuentes lluvias de verano.

Para Carlitos, ese brutal cambio de escenario tuvo el mismo efecto demoledor que el causado a un padre de tres hijos con madre a cargo despedido por una reestructuración, o a un cantante asolado por una angina roja el día de su debut. El trapo man sabe que no hay posibilidad de trasladarse a otra cuadra, porque cada una tiene su dueño. Son las reglas, y la única que le queda es aguantársela con el bolsillo sin sonido, vacío de monedas, lleno de angustias. Hecho un trapo.