Wednesday, March 21, 2007

16 TÍOS


16 tíos no son poca cosa sobre todo si se ha convivido o se ha estado cerca de ellos. De mis dos ramas familiares, entre carnales y políticos, hubo 10 tíos por el lado de los Bianchi y 6 por los Trigo. Yo nací en la casa grande de estos últimos, en Sarandí, y allí viví 24 años. (En la foto, con tía Carmen en los Carnavales de 1942)

Por su parte, los abuelos Bianchi eran genoveses y los 6 hijos que tuvieron nacieron en ese mismo barrio. Tres varones y tres mujeres. Inmigrantes esperanzados, no sé como proyectaron sus sueños en aquella Argentina prometedora y lejana de la dura y amenazante Europa del 900, pero seguramente uno de aquellos sueños fue buscar la superación en sus vidas a través de los hijos, tal como lo describió Florencio Sánchez en su novela "M'hijo el dotor". Tío Alfredo cumplió ese rol: era el menor de los varones e hizo la carrera universitaria recibiéndose en Bioquímica y Farmacia, mientras que su hermano Guillermo se especializó en anilinas industriales. De mis tías María, Margarita y Delia podría citar el denominador común de cariñosas y diligentes amas de casa, al estilo de aquellos tiempos.

Sin duda, mi título de químico industrial de debe a la influencia de los tíos profesionales, porque ellos eran referentes en la familia y me estimularon a estudiar química. A mí me encantaba el laboratorio, a tal punto que en mi primer trabajo, en la fábrica de las entonces famosas pinturas "Pajarito", era analista de materias primas y las pausas del fin de semana me encontraban con la ansiedad de volver a los tubos de ensayo y a los alambiques. Después todo cambió, pero esa es otra historia.

También es otra historia la de mis tíos de la rama Trigo. Si lo tradujera a un código actual debería sumar algunos decibeles para rescatar en su debido tono mis vivencias en aquel contexto. Efectivamente, los Trigo (de inequívoco origen español) fueron mucho más expuestos, más conflictivos digamos, aunque sólo puedo hablar desde una mirada que se basa en recuerdos ahora decodificados por mi experiencia de vida y de las relaciones que voy estableciendo a partir de ahí. No hay otras fuentes, porque la transmisión oral familiar fue casi nula: de eso no se hablaba...

Mi abuelo madrileño y mi abuela gallega tuvieron cinco hijos, pero en los primeros años de matrimonio vivieron un hecho trágico. A mediados de la década del veinte mi abuela repartía leche en la zona con su carro, y un día, por un movimiento inesperado del caballo resultó atropellado y falleció Israel, su hijo de once años de edad que la ayudaba en el reparto. Era el primogénito. Después venía Julia (mi madre), Paco y más adelante Carmen y Marina. Yo fui el primer sobrino. Corría 1938 y mis tíos, muy jóvenes en ese entonces, vivían su mundo alejados de las angustias que mis abuelos sufrían por la guerra civil en España y la tormenta que se abatía otra vez sobre Europa, donde habían dejado vínculos y afectos. Desde la placidez del suburbio de entonces muchas fotos delatan mi presencia en compañía de ellos en una diversidad de escenarios a través del tiempo. Tío Paco empezó a llevarme a ver a Racing a partir de los diez u once años, desplazando de mis preferencias a Independiente que era el club de mi papá y desplazando también los hasta entonces continuos paseos con mi abuelo Manuel de cuyo cariño disfruté en los primeros años de la infancia. Otra influencia del tío fue llevarme al club social del barrio (del estilo "Luna de Avellaneda"). Allí hice las primeras relaciones sociales fuera del ámbito escolar y aprendí a jugar al basket y al billar, que me apasionaban.

Mis tías Carmen y Marina fueron referentes muy cercanas e influyeron en muchos aspectos de mi aprendizaje de vida. Pero aquí surge un matiz singular: los tíos políticos. Contrariamente a sus iguales de la rama Bianchi, que pasaron casi inadvertidos, el tío Cholo y el tío Oscar tuvieron mucha presencia en mi infancia y adolescencia. Cholo era violinista y se casó con mi tía menor, Marina. Tocó en orquestas típicas importantes en una época de absoluto auge del género. Por mi parte escuchaba los largos ensayos con su violín en la piecita de la terraza o me iba con él de visita a la casa de otros músicos, cuando no a algún baile donde él actuaba. Se explica así el origen de mi gusto por el tango.

Cholo era alegre y chispeante y una vez me contó muerto de risa que un bandoneonista en plena ejecución de un vals, se puso a decir todo tipo de palabrotas en voz alta ante el asombro del director y sus músicos. Siguió tocando como si nada y aunque el público no se percató, el maestro lo echó dándolo por loco. Cincuenta y tantos años depués pude saber que el bandoneonista no estaba loco, sino que padecía el Síndrome de Tourette, título que integra un libro de relatos que publiqué hace poco.

Marina, Paco y Carmen murieron entre los 70 y 75 años de edad y mi madre, que va por los 92, es la única de los Trigo que vive. Está lejos de ser una viejita acurrucada en un rincón y por el contrario va y viene con total autonomía. Una causa que seguramente la mantiene vital y expectante es el viejo encono con su cuñada Haydée (viuda de Paco) que debe tener unos 85 años y que cuando yo era chico me contaba cuentos. Son las dos únicas habitantes de la vieja y solariega casona de Sarandí. Ni se hablan, pero se siguen el rastro y creo que desde allí encuentran un estímulo para mantenerse razonablemente entretenidas.

A media cuadra vive tío Oscar, viudo de tía Carmen. Era motorman de tranvías y mi papá era el guarda. Hacían el recorrido de la línea 22 que iba de Retiro a Quilmes y las anécdotas de aquellos años me fascinaban. Los dos tenían un espíritu bohemio, muchos amigos y el canto o el teatro eran temas de gran interés que les hacian disfrutar las largas travesías (siempre nocturnas) conduciendo el fantasmal tranvía. Oscar, uruguayo de origen, vino un día a Sarandí y al tiempo se casó con tía Carmen. Eran el uno para el otro, como suele decirse. Desgraciadamente Carmen falleció jóven aún, a principios de los años 80.
Como la cigarra y con el paso del tiempo Oscar retomó su alegría de vivir volcada especialmente a sus nietas, que ahora viven en Miami, donde mi primo edita un medio gráfico en español. Oscar sigue cantando sus viejos tangos y valses, haciendo excelentes pizzas, o "envenenándose" con River. Tiene casi 93 años y al visitarlo de vez en cuando me recibe con un sonoro que hacés botija!?
Creo que los únicos tíos que viven son Alfredo, el bioquímico, Haydeé la de la "guerra" con mi madre y Oscar el uruguayo. Salvo Israel, al que no conocí, todos, con mayor o menor intensidad me dejaron algo, especialmente el ejercicio de los buenos sentimientos, el sentido del humor, orientación en el mundo del trabajo, inquietudes culturales y deportivas y porque no, actitudes negativas que desde allí traté de mejorar en mi propia existencia, no siempre con éxito. Con el correr del tiempo y en medio de horas muy amargas que me tocaron vivir ya adulto, sentí el aliento, sin preguntas, de los tíos más cercanos. Allí cuando el desasosiego fue muy profundo ellos estuvieron a mi lado, dándome fuerzas. Hoy todo aquello es recuerdo, "fantasmas del pasado, perfumes de ayer", como dice Gardel en una bella canción.
¿Qué puedo ofrecer a esta altura de mi vida por lo que recibí de mis queridos tíos?...Nada más legítimo que atesorar sus recuerdos, recorrer con la memoria sus rostros jóvenes, sus voces y el calor de sus manos que tantas veces me pasearon por los senderos dorados de la vida o me acompañaron por sus oscuros recodos.