UN CINE DIGNO

Puerta de Lilas es mi salida a exteriores y una forma de comunicar propuestas y opiniones sobre lo que pasa por ahí.
Siempre que voy a ese bar frente al Parque Lezama lo veo sentado en la misma mesa...hablando sólo. Es un hombre mayor, de aspecto saludable, atildado y mas bién corpulento. Por los mozos me enteré que lo llaman Don Angel y que algunos desprevenidos lo suponen loco o borracho. Mientras toma su café lentamente susurra un fraseo casi inaudible acompañado por gestos amables y una mirada vivaz hacia su supuesto acompañante. El transcurrir del bar le es totalmente indiferente, y aislado en su mundo pasa el tiempo hasta que llama al mozo y dejando una buena propina se pierde por Defensa al sur. Ayer hubo un cambio en esa comprobada rutina, cuando apareció un señor de similar edad y se sentó a su lado. A poco del saludo el recién llegado empezó con quejas por su magra jubilación y otros temas que había visto en la tele y que a Don Angel no parecían importarle en absoluto. Desde una mesa cercana imaginé a sus queridos duendes de todos los días esperando entre los árboles del parque el momento oportuno para regresar volando a la mesa del reencuentro. |
Divorciado, un ambiente todo revuelto y un 29 pulgadas con más de 80 canales sometido a zapping frenético: aburrimiento, modorra de whisky, agenda inútil. Una publicidad sobre las costas uruguayas irrumpe en pantalla trayéndole a Pablo el recuerdo de aquel lejano verano del 74, cuando llegaba a Piriápolis con sus recién cumplidos 18 años dispuesto a beberse todos los vientos. Sería huésped de tío Walter, recién jubilado, al que no veía desde que era un "botija". El tío tenía un chalet cerca de la playa, y amable como era lo recibió dispuesto a compartir unos días. Según el ritmo imperante en la otra orilla hubo asados, cerveza, chivitos y buenos mates en frecuentes sobremesas donde la familia y el fútbol eran temas dominantes. Nada de política, porque a tío Walter nunca le interesó la política. Apenas, como al pasar, preguntó si Perón estaba muy viejo, pero nada más. Una noche, con el café, se desencadenó una lluvia torrencial y tía Amelia propuso pasar a la sala para ver un poco de televisión. Un "Admiral" grandote apoyado en la clásica mesita con ruedas, dominaba el ambiente. En ese momento estaban pasando un partido entre equipos desconocidos para el resignado huésped porteño, pero mientras se acomodaba en un sillón vió aparecer de golpe una película con Libertad Lamarque y enseguida otra vez el partido. Pablo pensó que el aparato andaba mal , pero ya acostumbrado a la semipenumbra de la sala, observó que desde la botonera del "Admiral" salían dos soguitas de unos tres metros de largo cada una que terminaban en el sillón del tío, quien cómodamente instalado les daba calculados tironeos haciendo rotar el botón de la sintonía para un lado u otro, recorriendo así la programación de los dos únicos canales uruguayos. "Es para no aburrirme con los reclames", le dijo al asombrado sobrino de quien fue, sin dudas, un verdadero precursor del control remoto. Ahora, con 80 canales, que la era digital pronto llevará a 500, aquello es inimaginable. |
Lucas era un poeta en crisis. Sus musas lo habían abandonado, la otrora noche amiga se le alargaba penosamente y no había tema que lo motivara: ni la belleza de una mañana otoñal ni los mil rostros lacerantes de la ciudad...nada, hasta que una madrugada de insomnio decidió que antes de capitular haría un viaje intentando la búsqueda de otros ánimos y paisajes que quizás le devolvieran la inspiración perdida. Sin detenerse demasiado en el itinerario ni el destino preciso de ese viaje tomó al día siguiente un ómnibus que iba a Misiones, pero antes que la tierra se tornara roja dio por terminada la travesía bajando en un pueblito correntino de esos que cuesta encontrar en los mapas. Era un caserío humilde ubicado en un paraje bellísimo con calles arenosas y senderos que vivoreaban hacia la ribera del Paraná. Esa tarde el río se mostraba opaco bajo un cielo relampagueante donde merodeaban truenos cada vez más cercanos y violentos. Aspirando el olor a lluvia que traía el viento del norte, el poeta sintió de pronto la curiosidad de entrar a una capillita de adobe y techo de chapas que encontró a su paso. En el interior suavemente aromatizado por el incienso dos ancianas murmuraban el rosario mientras una mujer jóven con una chiquita en brazos salía con paso rápido, seguramente para ganarle al inminente aguacero. La nenita lloraba desconsoladamente pidiendo una y otra vez que quería llevarse "el sol en boteyita" mientras señalaba la única y brillante lamparita encendida en el pequeño altar ensombrecido por la tormenta. La expresión de la chiquita, que en su maravillosa fantasía imaginó la luz amiga del sol atrapada en la "boteyita" deslumbró al poeta, que la atesoró en su memoria mientras se felicitaba por haber dado con ése rincón del mundo donde ahora sí presentía el reencuentro con sus musas. Más aún, al salir de la capilla vió a lo lejos la estela celeste de sus vuelos zigzagueando entre la lluvia torrencial. |
San Telmo, el barrio histórico de la ciudad sigue fiel a sus tradiciones. De pronto, en la calma de la mañana dominguera una banda musical irrumpe al son de marchas, valses y nostálgicas canzonetas. El potente sonido de los bronces y de la percusión rebota en las calles todavía despobladas. Más tarde, con las primeras sombras de la noche los tambores candomberos multiplican ecos que se expanden por el aire y atrapan con su ritmo infernal a la gente. "El barrio del tambor" está vivo. |
Salió en los diarios: se sugiere dejar libros en lugares públicos para que al azar sean encontrados por personas que, luego de leerlos, volverían a dejarlos por ahí realimentando la cadena. Me puse a pensar porqué no habría de hacerlo yo, nóvel escritor...y en qué lugares dejaría ejemplares de mi libro "Afectos Especiales" que publiqué el año pasado y que ya casi agotada la nómina de lectores amigos, familiares y otras relaciones cercanas, creo merecen mejor suerte que estar embalados en la oscuridad de un placard. Ayer empecé la tarea: una señora muy elegante subió al taxi que dejé libre en el barrio de Balvanera y seguramente se habrá encontrado con mi libro. Lo mismo sucederá en un banco del Parque Lezama, en el asiento de un colectivo, en la butaca de un cine, en la mesa de un café de San Telmo, en la bolsa de residuos que abre el cartonero antes que pase el camión recolector y en otros de los tantos rincones disponibles de la ciudad. Nunca sabré la reacción de esas personas anónimas ni que harán con mi libro. Quizás acepten la idea de leerlo, quizás lo disfruten o lo comenten, quizás se identifiquen con alguna situación relatada o quizás les sea totalmente indiferente y lo dejen por ahí. Bueno, ya lo encontrará otra persona, que quizás... |